La cabeza me
daba vueltas, así que antes de levantarme tuve que asegurarme de que podía
mover el cuerpo sin problemas y no tenía nada roto. Un dolor punzante recorrió
todo mi brazo derecho, si no estaba roto, al menos muy dolorido. ¿Dónde estaba
Kayla? Está muy cerca de mí, tiene algunas
magulladuras en las piernas y arañazos en la cara, pero puedo ver como mueve un
poco la cabeza y como su pecho se mueve al respirar. El dolor del brazo sigue
ahí, punzante, incansable, pero hago un esfuerzo por levantarme y avanzo con
gran dificultad. Ahora estoy a su lado y la resguardo entre mis brazos.
-
¡Kayla!
¡Kayla! Eh, despierta vamos. Vuelve conmigo. Vamos, no cierres los ojos. Todo
está bien.
Kayla abre
y cierra los ojos y parece luchar contra la inconsciencia. Tiene los labios
entre abiertos, como si quisiese decir algo.
-
Kayla,
vamos tienes que despertarte, no puedes dormirte, ahora no, por favor.
Acaricio
su pelo, pero no obtengo ningún tipo de respuesta. Ya no mueve los ojos, ni
siquiera un mínimo movimiento. Ni siquiera me había dado cuenta de que el coche
con el que hemos chocado había parado.
-
Chico,
no la muevas, será peor para ella. Tranquilo, ya he llamado a una ambulancia.
El hombre
que ha bajado del coche intenta tranquilizarme. Es un hombre de aspecto joven,
está pálido y parece estar muy
preocupado.
-
¡¿Cómo
espera que me tranquilice?! No responde.
En mi
pecho la angustia se va convirtiendo en una gran bola, un peso sobre él. Me
aplasta.
-
Déjala,
debe estar quieta, ya te lo he dicho. No podemos moverla, será peor.
-
¡No! Si no fuese por mí ella ahora no estaría
aquí, estaría en clase. Nada de esto habría pasado. Ella ahora estaría bien,
sería feliz.
-
Chico,
no te culpes por esto, no es culpa tuya. ¿Quién sabe que podría haber sucedido?
No le pasará nada, no te preocupes.
Una sirena
suena de fondo. Avanza rápida entre el atasco que se ha formado a nuestro
alrededor. Me aferro al cuerpo inmóvil de Kayla, no quiero separarme de ella.
Le prometí que estaría a su lado y no la dejaría.
-
La
ambulancia ha llegado, deja que ellos hagan su trabajo y échate a un lado,
vamos ven conmigo.
El hombre
detrás de mí intenta separarme de ella, pero ahora la angustia que sentía se
mezcla con una inmensa rabia por no poder hacer nada por ella ¡Nada! ¿Por qué
no he sido yo? Sé que me cambiaría por ella en este instante sin dudarlo. Lo
haría todo por ella.
Dos brazos
tiran de mí ahora y me zarandean, mientras intento zafarme de ellos.
-
¡No,
se lo prometí!
Finalmente
el dolor del brazo vuelve a surgir con más dolor con él, un dolor tan fuerte
que la cabeza se me va de lado a lado y la vista se me nubla por completo, pero
antes de caer tengo que despedirme de Kayla.
-Te quiero.
Y así, con
mis labios en su frente, queda sellada esa despedida entre los dos, algo que no
debería haber ocurrido nunca.
Finalmente
el dolor inunda cada punto de mi cuerpo y recorre todo mi sistema nervioso
dejándome totalmente cao.
Siento mis
propios párpados como dos grandes losas de cemento que me impiden abrir los
ojos, consigo despegarlos con gran dificultad y una luz blanca e intensa se
cuela en mi retina la cual intenta asimilarla. Todo es blanco a mí alrededor y
puedo ver algunas enfermeras a lo lejos y un biombo a cada lado. Siento que
algo taladra mi cabeza y no puedo detenerlo, me impide pensar claramente.
Intento volver a mis últimos recuerdos y lo único que me viene a la mente es
una rueda de moto moviéndose y después el rostro de Kayla con algunas
magulladuras en él. Sigo medio adormilado y ahora sé por qué, deben de estar
medicándome porque una bolsa de suero se une a mí a través de una sonda. Ahora
lo recuerdo, el accidente, miro mi brazo derecho para cerciorarme, ahora no lo
siento, ya no hay dolor, pero ahí esta lleno de vendas. ¿Y Kayla? ¿Dónde está?
¿Estará bien?
-
Kayla,
Kayla…- intento gritar, pero no puedo, la ensoñación todavía es mi dueña.
Una
enfermera vestida de blanco se acerca a mí. Ronda los cincuenta y parece una
mujer afable.
-
Hola
cielo, por fin despertaste.
-
¿Qué?
¿Llevo mucho tiempo aquí?
La
enfermera continúa su trabajo y se asegura de que la medicación siga en su sitio.
-
¿Recuerdas
algo?
-
Solo
algunas partes, recuerdo un accidente con la moto y creo que una chica iba
conmigo.
-
Sí,
una chica ingreso contigo. El accidente fue ayer por la mañana e ingresaste por
la tarde, llevas inconsciente un par de horas.
-
Vaya…
Tengo
miedo, tengo miedo de preguntar qué ha ocurrido con Kayla ¿y si las noticias no
son buenas? … ¿Y si la he perdido?
-
Y…
otra pregunta más, la chica que ingresó conmigo…
-
Espera,
tengo que mirar como está tu brazo y la espalda por si necesitas un cambio de
vendaje. Tardará un poco en curarse te rompiste el húmero y tienes un poco
dañado el radio y como caíste con toda la espalda puede que tengas alguna
pequeña fractura en alguna costilla. Nada importante comparado con lo que te
podía haber sucedido. Dime cielo, ¿Qué querías preguntarme?
-
La
chica que ingresó conmigo… ¿Cómo está?
-
¿La
conocías mucho?
¿Conocía?
¿Por qué usa el pasado para referirse a ella?
-
Sí,
¿Dónde está?
La
enfermera guarda un silencio que me parece eterno.
-
Pues,
ella aún está en coma. Por lo que parece sufrió un traumatismo muy fuerte en la
cabeza.
-
Pero…
despertará ¿verdad?
La enfermera
agacha la cabeza y simula estar recogiendo una cosa del suelo aunque creo que
lo único que intenta es evitar mi mirada.
-
Los
médicos están haciendo todo lo que pueden, haciéndole pruebas y vigilándola. Lo
único que podemos hacer es esperar.
-
¿Eso
es todo? No ha despertado y ¿simplemente se dedican a observarla? ¡Hagan algo!
-
Cielo,
lo siento, lo único que podemos hacer es esperar a que salga del coma y esperar
que no haya sufrido ninguna lesión interna.
-
Si
despierta y ha sufrido alguna lesión…- intento armarme de valor solo para
pronunciar esas palabras, pesan en mi garganta tanto que no pueden salir de
allí- ¿qué podría sucederle?
-
Podría
no tener ninguna lesión, podría ser leve o incluso grave. No sabemos cómo
reaccionará su organismo a ese traumatismo.
No lo podía
soportar, la idea de que ella estuviese así y yo… pudiese seguir vivo me
destrozaba por dentro.
-
¿Podría
verla?
-
No
es para nada aconsejable. Acabas de despertarte, no puedes hacer movimientos
bruscos aún. Espera.
-
No
puedo esperar, ella no puede esperar.
-
Cielo,
no te dejaré ir solo. Mira tu brazo y todo tu cuerpo… Aún estás débil.
-
Necesito
ir…
Me
incorporó aún con gran dificultad. Al plantar los pies en el suelo, la cabeza
me da un vuelco que hace que mi cuerpo pierda su natural equilibrio, tengo al
menos la suerte de encontrar con mi mano izquierda la cama para sostenerme y no
caer.
-
Ves
te lo dije no tienes fuerza suficiente como para moverte.
Dice la
enfermera cogiéndome del brazo. Haría lo que fuese necesario por Kayla, lo que
fuese… Si para ello necesitaba caerme mil veces en un pasillo de hospital y
volver a levantarme lo haría y no creo que nadie pudiese impedírmelo.
-
Iré.
Da igual cuanto tarde.
-
¿Estás
convencido de ello?
-
Sabe
que sí, haría todo cuanto pudiese…
A los pocos minutos la enfermera reaparece empujando
una vieja silla de ruedas que chirría como si alguien gritase, al menos eso me
parece a mí. No estoy seguro siquiera de si podrá aguantar mi peso. La
enfermera con una sonrisa me invita a sentarme en la silla, y yo, con las pocas
fuerzas que me quedan intento mover al menos un solo músculo de mi cuerpo, que
ahora se ha vuelto pesado y
desobediente. Ella al verme así me toma del brazo para que me sirva de apoyo y
acerca la silla con la otra mano.
Atravesamos pasillos y pasillos. Todo de un blanco impoluto menos las
habitaciones de los pacientes, tan oscuras como el más grande de los agujeros
negros, sin un rayo de sol que de esperanza a quien está postrado en una cama,
una tumba en vida. En los pasillos reinan soledad y silencio, solos
interrumpidos en ocasiones por gritos lejanos y lloros escondidos de familiares
y amigos que no reciben buenas noticias. Llegamos hasta un viejo ascensor el
cual está en la parte este del hospital. La enfermera abre las verjas de hierro
negro que nos dan paso al interior del ascensor.
-
Está
en la segunda planta, neurología.
El silencio
vuelve otra vez, después la enfermera se aclara la garganta.
-
Verdaderamente,
la quieres mucho ¿verdad?
Me lo había
planteado más de una vez en estas últimas semanas. Y ahora con el accidente
estaba seguro de ello, me horrorizaba la idea de perderla. Lo que sentía por
ella no era la amistad que nos unía en un principio, era algo más fuerte, algo
que todos al menos una vez en nuestra vida hemos llegado a sentir por alguien
y a mí la última vez no me fue muy bien
en ello. Por eso le tenía ese terrible
miedo a enamorarme, por el después.
-
Sí,
más de lo que imaginaría.
-
¿Alguna
vez se lo confesaste?
-
No,
nos conocemos desde hace poco, poco más de medio año, así que tengo miedo de
perderla ahora.
-
Deberías
decírselo.
Debería
decírselo. Debería decírselo. Esa frase rondo mi cabeza hasta que llegamos a
una habitación. La enfermera se detuvo justo en la puerta.
-
Esta
es la habitación, la 203.
-
Vaya,
ahora no sé qué debería hacer.
-
Aún
sigue en coma pero ¿sabes? Una vez escuché que cuando se está en ese estado se
puede escuchar, incluso a veces tener sensibilidad en las palmas de las manos así
que, ¿Qué tal si intentas hablarle? Dale la mano y ella sentirá que estás a su
lado. Se trata de apoyarle en este momento, demostrarle que estás ahí, con ella,
aunque no te pueda ver… Ella lo sentirá.
-
Sí,
puede, pero no estoy seguro siquiera de que pueda escucharme, no lo veo muy
claro.
-
Bueno,
no sucede en todas las ocasiones pero, ¿qué puedes perder intentándolo? Podrías
llegar a arrepentirte, ella incluso podría… no despertar… es una posibilidad
muy remota pero podría suceder y debes
tenerla presente.
-
¿Puede
dejarme solo con ella por un tiempo?
-
Claro,
cuanto necesites. Estaré en una de salas de fuera, si me necesitas solo tienes
que llamarme.
-
Está
bien.
Empujé la
silla de ruedas con las manos y pude verla allí tendida, estaba tan pálida que
parecía estar muerta, incluso el reflejo de la luz sobre la fina capa de su
piel la hacía brillar. El sentimiento de angustia que esto me creo era
insoportable. Me era insoportable creer que no volvería a oír una palabra de su
boca, ver su sonrisa, ni su voz, ni siquiera volver a sentir su tacto. No
podía. Así que ignoré todo esto y lo dejé a un lado, dejé a un lado el dolor,
la angustia, el miedo y olvidé el estado en el que se encontraba Kayla, porque
en ese instante pensé en que tal vez nunca podría volver a decírselo, no había
sido antes ni sería después pero sería ahora y estaba decidido.
Me acerqué
a la destartalada cama de hospital, esa que trataba de ingerir el frágil cuerpo
de Kayla entre sus sábanas de algodón. Cogí su mano aún con la esperanza de que
en cualquier momento ella apretase la mía y me dijese que no tenía por qué preocuparme,
que todo saldría bien pero la deseché después de unos segundos al no recibir
respuesta.
Me levanté
de la silla de ruedas cómo pude y apoyé
la mano que me quedaba libre sobre la cama para mantener de pie. Me
quedé mirando a Kayla durante minutos que me parecieron ser segundos.
En estos
pocos meses que había pasado a su lado
había memorizado cada rasgo de su cara, cada pequeño lunar, cada peca, todo,
conocía su rostro a la perfección.
Solté la
mano que mantenía apoyada en la cama y aparté un mechón castaño de su pelo y en
ese momento deseé con todas mis fuerzas poder besar sus labios rosados pero tuve que controlar ese impulso. Me fijé mejor en su rostro y pude ver unas
ojeras que antes no estaban allí y unos arañazos que me devolvieron a la
realidad, recordando ese maldito accidente que la había dejado así.
-
Bueno…
Kayla, siento que debería decirte lo que tanto tiempo llevo escondiéndote, en
realidad no sé si me estarás escuchando… pero, es una necesidad impetuosa la
que ahora siento… La necesidad de dejarte ver cuál es la realidad que oculto
sobre esta coraza que a veces me coloco sin querer. Y ahí voy- me aclaré la
garganta e intente infúndame de valor a mi mismo- Estaba solo, tirado, perdido
en la vida, cansado de ella, en la oscuridad. Entonces llegaste tú y mi vida
cambió, algo diferente apareció, una chica cómo ninguna había visto, diferente
a todo lo anterior, inigualable, única y quería que fuese para mí. Pero cuando
intentaba llegar a ti te esfumabas como el humo de un cigarrillo, como el
latido de un corazón, como un olor en el aire, eras tan efímera. Y luego está
el Ashton, ese chico al que no soporto y tú amas, y ¿qué podría hacer yo sino
guardar silencio? ¿Qué podría hacer cambiar de opinión? Simplemente lo dejé
correr creyendo en vano que en algún momento me olvidaría de ti y que nuestra
relación no pasaría a nada más que buenos amigos. Luego volvías a aparecer como si nada hubiese
pasado, con esa sonrisa que tanto me confunde y la química brotaba entre
nosotros. Intentaba mostrarme ante ti como era en realidad y no como me veían
los demás, solo porque eras importante, solo porque quería ser honesto contigo,
me aceptabas tal y como era, cosa que no mucha gente ha hecho en mi vida.
Eras alguien libre, alguien del que se podía
aprender mucho con solo observarla, admiraba tu belleza desde fuera, no podía
permitirme el mostrarte mis sentimientos y perderte para siempre ahora que
estabas en mi vida. Podía notar tus rasgos definidos, tus movimientos gráciles
pero seguros, tu olor, hasta esa arruguita que se plantaba en tu frente cuando
intentabas simular que estabas enfadada, tu fuerte carácter y así es como te
aceptaba, como cada uno de tus detalles te formaba. Eres como un ángel colocado
en mi vida, no me has dejado caer ni desfallecer en estos últimos meses has
estado ahí para siempre y me prometiste que estarías ahí. Tú luz no puede
apagarse, la luz de los ángeles nunca muere. Te quiero.
Miré la
mano de Kayla que sostenía la mía y pude notar un leve apretón ¿Me había
escuchado? Entonces una lágrima resbaló por su rostro y supe que me había
escuchado, que estaba allí en ese momento y que a partir de ahora todo saldría
bien. El monitor marcaba el pulso continuo del corazón de Kayla y después pude
escuchar su voz… Algo que minutos antes
me parecía imposible.
-
De…Declan…
¿Dónde estoy?